«Nunca creímos que nos haría esto, era uno de los nuestros»
Un miembro del Palm Beach Country Club.
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Una introducción a la superestafa
Este personaje, que durante los años sesenta había sido socorrista playero, inició su andadura
en las finanzas reuniendo ahorros de colegas, amigos y familiares en el entorno de los judíos más ricos de los suburbios de
Long Island, Palm Beach, Florida y Manhattan, bajo la promesa de un rendimiento moderado, continuo y seguro de entre el 10%
y el 12%. Madoff cubría cualquier posible retirada de fondos según el denominado «método de Ponzi» o estafa piramidal, es
decir, echando mano del dinero de nuevos inversores, quienes literalmente le suplicaban que los desplumase.
Llegó a gestionar en persona un mínimo de 17 mil millones de dólares. Durante casi cuatro décadas
se creó una clientela que incluía a algunos de los bancos y compañías inversoras más importantes de Escocia, España, Inglaterra
y Francia, así como los principales fondos de inversión libre de Usamérica. Se hizo con casi todos los fondos de activos netos
de prósperos clientes privados, que obtenía a través de corredores de bolsa pagados a comisión.
Su clientela incluía a muchos multimillonarios de Suiza, Israel y otros países, así como los fondos
de activos netos más importantes de Usamérica (RMF Division of the Man Group and the Tremont). Muchos de los riquísimos estafados
habían prácticamente «forzado» a Madoff a tomar su dinero, ya que éste imponía rigurosas condiciones a los clientes potenciales:
insistía en que viniesen recomendados por miembros de su clientela, que depositasen cantidades sustanciales y que le garantizasen
su solvencia.
La mayoría se consideraban afortunados cuando sus fondos pasaban a las arcas del respetado...
estafador de Wall Street. El mensaje de Madoff era siempre el mismo: su fondo de inversión estaba cerrado... pero como venían
recomendados por gente del mismo entorno (miembros del consejo de administración de organizaciones benéficas judías, recaudadores
de fondos para Israel, country clubs de alta clase, etc.) o eran amigos de un amigo, de un colega o un cliente, aceptaría
el dinero.
Madoff estableció consejos consultivos con miembros distinguidos, contribuyó enormemente a museos,
hospitales y selectas organizaciones culturales. Era un miembro prominente de exclusivos country clubs de Palm Beach y Long
Island. Su reputación se vio realzada por los resultados de sus fondos, que jamás declararon pérdida alguna, lo cual es un
argumento fundamental para atraer a inversionistas millonarios.
Compartía con su acaudalada clientela de judíos y gentiles un estilo de vida aristocrático, con
una mezcla de filantropía cultural y discreta especulación financiera. «Engatusaba» a sus colegas con una suave pero autoritaria
apariencia de “maestría”, recubierta de un barniz de colegialidad entre ricachones, de una profunda implicación
con el sionismo y de amistades de toda la vida.
El megafondo de Bernie compartía muchas características con los recientes chanchullos financieros:
un rendimiento elevado y constante, inigualado por cualquier otro corredor de bolsa; ausencia de supervisión por parte de
terceros; una compañía de contabilidad en la sombra físicamente incapaz de auditar sus multimillonarias operaciones financieras;
un control personal de las operaciones de correduría de bolsa comerciante y una confusión absoluta en lo relativo a sus inversiones.
Los ricos y famosos, los inversionistas más sofisticados, los consultantes de elevado salario,
los máster en administración financiera de Harvard y todo el ejército de reguladores de la US Security and Exchange Commission
(SEC) pasaban por alto las similitudes de Madoff con otros defraudadores, y ello porque estaban totalmente implicados en la
cultura corrupta del «agarra el dinero y vete pitando» y del «si sacas tajada no hagas preguntas». La reputación de suprema
sabiduría que aureola a un supuestamente próspero judío de Wall Street alimentó el autoengaño y los estereotipos de gentiles
multimillonarios.
La gran estafa
El fondo de inversión de Madoff sólo operaba con una clientela limitada de multimillonarios que
mantenían en él su dinero a largo plazo; las ocasionales retiradas de fondos eran de poco monto y fácilmente cubiertas por
medio de peticiones de más inversión a nuevos inversionistas deseosos de acceder al fondo de Madoff. Los grandes inversionistas
a largo plazo mantenían sus capitales para dejarlos en herencia a sus herederos o para su jubilación.
Los ricos abogados, dentistas, cirujanos, profesores distinguidos de las mejores universidades
y otros que en algún momento hubiesen necesitado retirar algo de sus fondos para una boda ocasional de altos vuelos o para
la ceremonia de madurez adolescente judía (bar mitzvah) de alguno de sus hijos con invitados famosos podían hacerlo, porque
Madoff no tenía problemas a la hora de recaudar más fondos entre los ricos propietarios de fábricas de confección de ropa,
cuyos asalariados cobran jornales de miseria, de peligrosos empacadores de carne y de siniestros señores barriobajeros.
Madoff no era ningún Robin Hood, sus contribuciones a organizaciones filantrópicas y benéficas
le facilitaban el acceso a los ricachones que formaban parte de los consejos de administración de las instituciones receptoras
y probaban que él era “uno de ellos”, una especie de compañero íntimo de la misma clase elitista.
La sorpresa, el pavor y los ataques cardíacos que han seguido a la confesión de Madoff de que
su negocio era una estafa piramidal han provocado tanta rabia por el dinero perdido y el descalabro de la clase pudiente como
por la vergüenza de saber que los mayores y más perspicaces estafadores mundiales de Wall Street habían sido estafados por
uno de los suyos.
No solamente han sufrido grandes pérdidas, sino que la imagen que tenían de sí mismos como ricos
que lo eran por su inteligencia y su «linaje superior» ha quedado totalmente destrozada: de pronto se han visto abocados al
mismo destino de los pendejos a quienes ellos estafaron, explotaron y desposeyeron en su ascensión a la cima.
No hay nada
peor para el ego que un respetable estafador sea estafado por otro estafador todavía mayor. Por eso, muchos de los que más
han perdido se niegan a dar sus nombres o a poner cifras a las cantidades evaporadas y tratan de recuperarlas con la ayuda
de sus abogados.
El lado positivo de la megaestafa de Madoff (la mano involuntaria de la justicia)
Incluso si es comprensible que los superricos y acaudalados, que han perdido buena parte de su
jubilación y de sus fondos de inversiones sean unánimes en su condena y en sus lamentaciones por el abuso de confianza de
que han sido víctimas, y que los editoriales de todos los periódicos y semanarios de mayor prestigio se hayan unido al coro
de críticos moralistas, las acciones de Madoff merecen muchas alabanzas, incluso si tales alabanzas no van dirigidas a su
conducta fraudulenta. Vale la pena enumerar los resultados positivos involuntarios de la estafa de Madoff:
En primer lugar, la desaparición de más de 50 mil millones de dólares disminuirá enormemente la
financiación sionista usamericana de los asentamientos coloniales israelíes en los Territorios Ocupados, disminuirá los fondos
que el lobby sionista AIPAC destinaba a comprar votos de congresistas y a la financiación de campañas de propaganda a favor de un ataque preventivo militar
de Usamérica contra Irán. La mayoría de los inversionistas tendrán que disminuir o eliminar su compra de bonos del tesoro
israelí, que subvencionan el presupuesto militar del Estado judío.
En segundo lugar, la estafa ha desacreditado todavía un poco más los altamente especulativos fondos
de inversión libre, que ya se tambaleaban a causa de retiradas masivas de dinero para enjugar grandes pérdidas. Los fondos
de Madoff estaban entre los más respetados y seguían atrayendo a nuevos inversionistas, pero las últimas revelaciones podrían
acelerar su desaparición. Sus promotores tendrán por fin que dedicarse a un trabajo honrado y productivo.
En tercer lugar, el fraude a gran escala y a largo plazo de Madoff no fue detectado por la Securities
and Exchange Commission (SEC), y ello a pesar de al menos dos comisiones de investigación. Eso hace que la credibilidad de
la SEC esté por los suelos. Su enorme fallo demuestra la incapacidad de las agencias reguladoras capitalistas para detectar
grandes fraudes. Este fracaso plantea la cuestión de si habrá alternativas a la inversión en Wall Street que protejan mejor
los ahorros y los fondos de pensión.
En cuarto lugar, la larga asociación de Madoff con el NASDAQ, del que fue director mientras robaba
miles de millones de sus clientes, sugiere que los miembros y los líderes de esta Bolsa de Valores son incapaces de reconocer
a un sinvergüenza y están dispuestos a pasar por alto el comportamiento criminal de “uno de los suyos”. En otras
palabras, el público inversionista ya no podrá nunca considerar que ocupar un cargo de dirigente del NASDAQ es un signo de
probidad. A partir de Madoff habrá que buscar un colchón de matrimonio de gran tamaño para guardar con seguridad los restos
de los ahorros familiares.
En quinto lugar, señalaré que los asesores de inversiones de los mayores bancos europeos, asiáticos
y usamericanos que gestionaban miles de millones de fondos, actuaron sin la menor diligencia en el caso de las operaciones
de Madoff. Aparte de las enormes pérdidas bancarias, decenas de miles de superricos influyentes y acaudalados han perdido
toda su fortuna. El resultado es una pérdida absoluta de confianza en los bancos más importantes y en los instrumentos financieros,
así como un descrédito general de la “pericia de los expertos”. Esto debilita el dominio financiero del comportamiento
inversionista y propicia la desaparición de un importante sector de la parásita clase “rentista”, que se enriquece
sin producir bien alguno ni proporcionar servicios necesarios.
En sexto lugar, como la mayoría del dinero robado por Madoff proviene de las clases altas de todo
el mundo, su comportamiento ha reducido las desigualdades: se trata del “mayor nivelador” que ha existido jamás
desde que se introdujo la imposición progresiva. Al arruinar a multimillonarios y llevarlos a la bancarrota, Madoff ha disminuido
su capacidad de utilizar su fortuna para influenciar a los políticos en su favor, lo cual aumenta las posibilidades de influencia
política de los sectores económicos menos agraciados de la sociedad de clases... e involuntariamente refuerza la democracia
frente a los oligarcas financieros.
En séptimo lugar, al estafar a amigos de toda la vida, a inversionistas del mismo grupo étnico
y religioso, a miembros de country club estrechamente seleccionados por su origen étnico e incluso a miembros de su familia,
Madoff ha demostrado que el capital financiero no respeta ninguna de las devociones de la vida diaria: grandes y pequeños,
sagrados y profanos, todos están subordinados a las reglas del capital.
En octavo lugar, entre los muchos inversionistas arruinados de Nueva York y New England hay un
cierto número de señores barriobajeros (magnates de la construcción inmobiliaria), propietarios de fábricas de confección
de ropa (fabricantes de ropa de diseño y juguetes) y otros que apenas pagaban el salario mínimo a las mujeres e inmigrantes
que trabajaban para ellos, que solían expulsar de sus hogares a arrendatarios pobres y habían esquilmado las pensiones de
sus empleados antes de trasladar sus empresas a China.
En otras palabras, la estafa de Madoff ha sido una especie de venganza “divina” laica
por delitos pasados y presentes contra la clase trabajadora y los pobres. Ni que decir tiene que este involuntario Robin Hood
no redistribuía entre sus empleados el dinero que afanaba, más bien reinvertía una parte en obras de beneficencia que incrementaban
su imagen filantrópica y en recompensar a algunos de sus inversionistas iniciales para mantener en pie su fraude piramidal.
El noveno lugar, Madoff ha asestado un severo golpe a los antisemitas que proclaman que existe
una “estrecha conspiración judía para defraudar a los gentiles”: ese bulo ha desaparecido para siempre. Entre
las principales víctimas de Bernard Madoff están sus amigos y colegas judíos más íntimos, gente que compartió con él mesa
y mantel en banquetes de Pascua judía y que frecuentaba los mismos templos de altos vuelos en Long Island y Palm Beach.
Bernie era muy selectivo a la hora de aceptar clientes, pero se basaba en su riqueza, no en su
origen nacional, raza, religión o preferencia sexual. Era muy ecuménico y un firme abogado de la globalización. No hay nada
etnocéntrico en Madoff: le ha robado mil millones de dólares al banco anglo-chino HSBC y varios miles de millones a la sucursal
holandesa del banco belga Fortes. Mil cuatrocientos millones eran del Royal Bank of Scotland, del banco francés BNP Paribas,
del español Banco de Santander, del japonés Nomura, por no mencionar los fondos de inversión libre en Londres y Usamérica,
que han admitido su participación en Bernard Madoff Investment Securities. De hecho, Bernie era el emblema del estafador moderno,
políticamente correcto, multicultural e internacional.
La facilidad con la cual los superricos de Europa le aflojaban sus fortunas ha provocado el siguiente
comentario de un consultante financiero de Madrid: “Robar a los españoles más ricos era tan fácil como matar focas con
un palo…” (Financial Times, 18 de diciembre de 2008 p. 16).
En décimo lugar, la estafa de Madoff dará lugar a una mayor autocrítica y a una actitud menos
confiada hacia quienes se presenten como expertos financieros. Entre los judíos que hagan la autocrítica, a partir de ahora
ya no confiarán en corredores de bolsa sólo por el hecho de que apoyan ciegamente a Israel y son generosos contribuyentes
de los fondos sionistas.
Eso ha dejado de ser una garantía adecuada de comportamiento ético, equivalente a un certificado
de buena conducta. De hecho, los corredores de bolsa que son propagandistas excesivamente ardorosos de Israel y que prometen
rendimientos siempre altos a sus afiliados sionistas podrían levantar sospechas a partir de ahora: la pretensión de que “lo
que es bueno para Israel...” puede muy bien ocultar un nuevo fraude.
En undécimo y último lugar, la desaparición del imperio de Madoff y de sus acaudaladas víctimas
judías liberales afectará negativamente las contribuciones a las 52 organizaciones judías usamericanas más importantes, a
numerosas fundaciones de Boston, Los Ángeles, Nueva York y otros lugares, así como al ala militarista Clinton/Schumer del
Partido Demócrata (Madoff los financió a ambos, así como a otros congresistas defensores incondicionales de Israel). Puede
que esto permita un mayor debate en el Congreso sobre la política en Oriente Próximo sin los habituales ataques vociferantes.
Conclusión
La estafa y el comportamiento fraudulento de Madoff no se deben a ningún problema ético personal.
Son el producto de un imperativo del sistema y de la cultura económica en que se mueven las instancias más elevadas de nuestra
estructura clasista. La economía de las acciones, de los fondos de inversión libre y de todos los “sofisticados instrumentos
financieros” es en su totalidad un sistema piramidal que no se basa en producir y vender bienes y servicios. Se trata
más bien de apuestas financieras al crecimiento futuro de un papel, una acción, que sólo representa la promesa de que futuros
compradores permitan la distribución de dividendos.
El “fracaso” de la SEC es totalmente predecible y sistémico: los reguladores han sido
seleccionados por los regulados, están en deuda con ellos y aplazan sus veredictos, sus auditorías y cualquier reclamación.
Están estructurados para “no ver las señales” y evitar una regulación excesiva de sus superiores financieros.
Madoff funcionaba en un medio como el de Wall Street, que permite cualquier cosa, donde la impunidad de los megarrescates
financieros y las megaestafas es la norma.
Como estafador individual, lo único que ha hecho es estafar a algunos de los mayores estafadores
institucionales que le hacían la competencia en Wall Street. Todo este sistema de recompensas y prestigio está controlado
por los más hábiles a la hora de hacer malabarismos en los libros de cuentas, de difuminar los rastros de las operaciones
y de desplumar a las víctimas voluntarias que llaman a sus puertas “pidiendo” que las desplumen. ¡Un hombre de
bien, eso es Madoff!
En cuestión de días, un solo individuo, Bernard Madoff, le ha asestado un golpe mucho mayor al
capital financiero global, a Wall Street y al lobby sionista usamericano del “Israel en primer lugar” que toda
la izquierda de Usamérica y Europa juntas durante los últimos cincuenta años. Ha logrado reducir más las enormes desigualdades
económicas en Nueva York que todos los gobernadores y alcaldes demócratas y republicanos, blancos, negros, cristianos y judíos,
reformistas y ortodoxos durante los últimos dos siglos…
Algunos teóricos derechistas de la conspiración están diciendo que Bernie es un agente secreto
islámico-palestino (de Hamás) enviado para socavar deliberadamente los cimientos financieros del Estado judío de Israel y
de sus patrocinadores y fundaciones más generosos, acaudalados y poderosos. Otros dicen que es un marxista aún no salido del
armario, cuyas estafas estaban cuidadosamente diseñadas para desacreditar a Wall Street y canalizar miles de millones hacía
organizaciones radicales clandestinas.
Al fin y al cabo, ¿sabe alguien dónde están los miles de millones desaparecidos? Contrariamente
a los expertos de la izquierda, a los blogueros y manifestantes, cuyas fervorosas y públicas actividades no afectaban en absoluto
a los ricos y poderosos, Madoff ha asestado sus golpes donde más les duele: en sus megacuentas bancarias, en su confianza
en el sistema capitalista, en su autoestima y, sí, también en su pobrecito corazón, que ahora está al borde del infarto.
¿Quiere esto decir que nosotros, en la izquierda, deberíamos crear un Comité de Defensa de Bernie
Madoff y exigir un rescate parecido al del secretario del tesoro Henry Paulsen, que acaba de salvar a sus amigotes del Citibank?
¿Deberíamos pedir “rescates iguales para estafadores iguales”? ¿Deberíamos propiciar su partida (o su derecho
al retorno) a Israel para evitar que lo juzguen? Ha causado tantas víctimas judías que le sería difícil retirarse en Israel.
No hay razón alguna para hacer barricadas por Bernard Madoff. Basta con que reconozcamos que ha
prestado un servicio histórico involuntario a la justicia popular al quebrantar algunos de los pilares financieros de un injusto
sistema de clases.
Post scriptum
¿Se debe a pura y simple admiración o será a causa de vínculos ocultos con Madoff que Michael
Mukasey, el actual fiscal general, se haya abstenido de la investigación? Otros de igual importancia e influencia están seguramente
vinculados al caso Madoff, no sólo las “víctimas”. Nos estamos enfrentando a un caso muy serio de razones de Estado…
Nadie puede creer que una sola persona pueda por sí sola hacer una estafa de este calibre y duración. Y tampoco ningún investigador
serio se cree que 50 mil millones de dólares hayan podido simplemente “desaparecer” o ser transferidos a cuentas
bancarias personales.